jueves, 5 de marzo de 2015

Aplausos

El actor principal dijo la última palabra de la última frase de la última escena del último acto de la obra.
Ernesto, conmovido, emocionado y eufórico comenzó a aplaudir desde su butaca. Siguió aplaudiendo hasta que los actores volvieron a salir a saludar. Y continuó haciéndolo, esta vez en pie, mientras los artistas se marchaban.
La gente comenzó a salir del teatro pero Ernesto seguía tan profundamente satisfecho con el espectáculo que siguió juntando sus palmas mientras su mujer le ayudaba a ponerse el abrigo. Y no paró al salir del edificio, ni dentro del taxi, ni durante la cena con aquellos amigos de ella que a él le parecían bastante aburridos, ni en la copa que tomaron después, ni cuando estaban metidos en la cama mientras a ella se le pasaban las ganas, ni en mitad de la noche que pasó en vela a pesar de las quejas de un vecino, ni en los días siguientes en la oficina de tramitación de divorcios donde trabajaba.
Su jefe lo llamó a su despacho por las quejas que los clientes le habían hecho llegar por las ovaciones descontroladas ante matrimonios que firmaban sus defunciones. Una vez comprobó que todo era cierto, tomó medidas convirtiéndose Ernesto en la primera persona en aplaudir a rabiar su propio despido.
La noticia del desempleo, unido al continuo palmeo, agravó una situación difícil con su pareja  que acabó en una maleta hecha con prisas y un portazo al que Ernesto no pudo dejar de aplaudir.
Las noches sin dormir por el sonido no le dejaron disfrutar de una cama de uno noventa que ahora tenía para él solo. Sus ojos subrayados por el luto apenas se cerraban contemplando sus manos, rojas, ajadas, heridas y casi en carne viva por el esfuerzo. Los párpados no llegaban a tocar el suelo cuando el sonido clap-clap-clap-clap los volvía a levantar.
Pero varias semanas después, una noche, se quedó dormido mientras (aunque algo más lentamente) seguía aplaudiendo.

Cuando despertó sus brazos, agotados, yacían uno a cada lado de su torso.

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