jueves, 27 de noviembre de 2014

Epílogo

Terminó.
Su novela estaba acabada. Había cerrado la trama principal, las subtramas, cada personaje había finalizado su particular camino y se daba una respuesta clara a cada interrogante planteado en el primer acto. Y así lo aseguraba la palabra fin.
Sin embargo, había un par de aspectos que quería desarrollar. Dos elementos sin apenas importancia sobre los que había pasado por encima, pero que quizás si los abordara darían una sensación de cierre total a la obra. Aunque, claro, eso supondría más trabajo, pero si había esperado tanto tiempo cuidando cada detalle de las mil ciento doce páginas de aquella novela, bien merecía retrasar un poco más el momento de darla por consumada.
Así que decidió incluir un epílogo.
Fue una tarde larga, solo descansó para hacer un poco de café y fumar un cigarro mirando por la ventana. Cerca de la medianoche se agarró el cuello con un gesto de dolor, pidió comida a domicilio, continuó escribiendo, recibió la cena y la manducó, continuó escribiendo, atendió (mal) una llamada de teléfono, escribió, terminó el café que quedaba en la jarra, escribió, pagó el alquiler vía la plataforma de Internet de su banco, escribió, cumplió cuarenta y tres, apagó el teléfono, ignoró el telefonillo repetidas veces, escribió, molió los últimos granos de café que tenía en la despensa, escribió, releyó lo escrito, corrigió, recibió la noticia de la muerte de su madre mientras arrancaba otra hoja del calendario, escribió, se ajustó el cinturón al que había vuelto a ganarle un agujero, se notó mareado, escribió y lo dio por finalizado.

El resultado fue un epílogo de trescientas páginas que su editor redujo a quince. 

sábado, 22 de noviembre de 2014

La señal

No. 
Era la señal lo que no iba bien. 
El tipo le había dado al botón del uno, luego al del dos, luego al del cinco, luego al del uno otra vez. No era cosa de un canal en concreto. Era el conjunto. Lo global. La señal.
Mal momento había elegido para fallar. Como cada viernes a esa hora iba a empezar su programa favorito y no había manera. Apagó y encendió la tele. Pero nada. Era la señal, que no sabía que sólo había un viernes a la semana. Dio un golpecito en la parte superior del televisor. Luego otro en el lado izquierdo. Otro más fuerte. Otro más fuerte, pero en el derecho. Tres más. Nada.
Apretó el cable de la antena contra el aparato, luego lo movió, lo arrugó y lo zarandeó. “¡Ahora!” ¡Ahora se veía! Estaba empezando. Justo comenzaban las primeras notas de la sintonía de cabecera. Pero la felicidad duró muy poco. Volvió a irse la señal.
Probó moviéndose alrededor, levantó un pie, meneó la cadera. “¡Ahora!” Volvió a irse. Y fue y vino durante la siguiente media hora mientras él danzaba con el cable en la mano, hurgaba con un perchero en la antena, movía el “Recuerdo de Jerez” que descansaba sobre la tele, abrazaba el electrodoméstico mientras le cantaba unas coplillas, lanzaba maldiciones, apaleaba el receptor con el palo de un cepillo, hacía el pino puente, lamía lascivo una piruleta, hacía pintadas en el salón, terminaba un jeroglífico, se cortaba el brazo derecho como quien corta un jamón y bebía lejía, sin vaso, directamente de la botella.

Ya en el hospital, tranquilo, se alegró porque allí podría ver su programa favorito siempre que tuviera monedas sueltas. Y tenía un montón en la mano y las hacía sonar. Era cuestión de esperar una semana. 
En su brazo quedaría siempre una señal.

martes, 18 de noviembre de 2014

Cita a ciegas

Entré en la cafetería.
Habíamos quedado allí a las 9.
Eran y cinco.
Tarde como siempre.
La puntualidad está tan sobrevalorada...
Habíamos acordado que yo llevaría una flor en el ojal.
Ella un clavel blanco y un ejemplar de "Los tres mosqueteros", un sombrero cloché, una bufanda a listas, gafas de sol rosa chicle, un pastor alemán, doce relojes de bolsillo, una pluma de ganso, el labio inferior sin pintar, seis guantes de lana, un joven tailandés, una radiografía de muñeca, botes de mermelada casera (un número sin determinar), un cromo de Buyo, un paquete de folios DIN-A4 y una carretilla para transportarlo todo, estaría bebiendo un café con dos terrones de azúcar y silbaría la canción "Coat of many colors" de Dolly Parton.
- Hola, siento llegar tarde - le dije.
- No esperaba a nadie - me contestó.
- Pero... usted... yo había quedado... usted silbaba la canción "Coat of many colors" de Dolly Parton...
- Lo siento, yo silbaba la versión de "Coat of many colors" que hizo Shania Twain...
La chica se levantó, recogió sus cosas y se fue.
Me había equivocado...
Al fondo de la cafetería "Coat of many colors" salía de los labios pitandos a medias de una chica con un clavel blanco, un ejemplar de "Los tres mosqueteros", un sombrero cloché...

martes, 11 de noviembre de 2014

La zeta

El joven profesor llegó aquella mañana y el aula le pareció enorme. Tragó saliva pensando en que hasta ahora nunca había entendido esa expresión porque hasta ahora nunca se había visto tan tenso como para tener que tragar saliva, ni mucho menos para tener que pensar en la expresión tragar saliva.
Cogió de la mesa el papel lleno de nombres por orden alfabético y comenzó a pasar lista. Titubeando en los apellidos que comenzaban por “A”, respirando hondo en los apellidos que iniciaba la “B”, sudando en la “C”, carraspeando a la altura de “Díaz”, apretando los nudillos en la “E”, notándose las comisuras de los labios secas en “Fernández” y limpiándose bajo la nariz al llegar a los apellidos encabezados por la “G”.
Digamos que la cosa no mejoró en el espacio de la “H” a la “Q”. La “R” supuso una dificultad añadida pues había un tal Rosenzweig, hijo de alemanes. Durante la “T” ni siquiera agradeció los descansos que le daban los alumnos con cada “¡Presente!”, y arrastró la tensión hasta bien entrada la “X”. La “Y” fue mejor, porque adivinaba cercano el final pues ya sólo quedaba la Zeta. Pero no. El último apellido era “Yáñez”. ¿Era posible? ¿Había al menos un representante de cada letra del alfabeto pero no de la que hacía de colofón? ¿Por qué se había ignorado al broche de oro del abecedario? ¿Qué hacía indignos de aparecer en aquel papel a los que, como él, se apellidaban Zamora?

Los nervios desaparecieron dando paso a un enfado que le llevó a maldecir, escupir sobre la lista, arrugar y despedazar el folio, todo ante la atenta mirada de los niños. Encolerizado, salió de la clase dando un portazo. En parte porque le parecía una falta de respeto hacia la (su) zeta, en parte porque de haberse quedado no hubiera sabido por dónde empezar.

martes, 4 de noviembre de 2014

Dos esguinces

Le surgió la duda. 
En cuarenta y dos años nunca se había hecho un esguince en la rodilla. De hecho nunca se había hecho un esguince, por lo que era advenediza en el tema de la higiene. Una novata en la ducha. Su orden normal (cabeza, cada dos días, cuello, axilas, pechos, pubis, nalgas, entrepierna, muslos, rodillas, tobillos, pies) se veía ahora alterado por la imposibilidad de mojar el vendaje a media asta de la pierna derecha.
Preguntó a sus conocidos por el mejor modo para solventar esta situación en los próximos días y ellos la derivaron a Google. Dolorida por los golpes que se había dado esa misma mañana intentando conseguir su propósito, agarró el portátil y allí apareció: elblogdelesguince.blogspot.com.
No podía creerlo. Alguien había dedicado tiempo de su vida a recopilar consejos a aplicar en el caso de sufrir un esguince. Hablaba de cómo ducharse, cómo dormir o cómo vestirse y englobaba a pacientes con esguince de muñeca, rodilla, hombro, espalda, tobillo…
Entonces, por una corazonada, tecleó “blog esguince rodilla” y ante ella apareció el Blog del Esguince de Rodilla, con cientos de entradas llenas de fotografías de personas de todo el mundo que compartían su aflicción. ¿Cómo se adaptaban a la vida diaria personas que, como ella, tenían una rodilla inutilizada durante varios días?
Después vinieron el Blog de las Mujeres con Esguince de Rodilla, el Blog de las Mujeres Maduras con Esguince de Rodilla, el Blog de las Mujeres Maduras Divorciadas con Esguince de Rodilla…

Pero cuando llegó al Blog de las Mujeres Maduras Divorciadas Sexualmente Activas con Esguince de Rodilla, interrumpió su búsqueda y viendo algunas de las fotos pensadas “para ellas” pasó un buen rato masturbándose, lento al principio, muy rápido al final. 
Hasta que llegó el segundo esguince.